Titulares
El grupo escultórico del Sagrado Descendimiento de Nuestro Señor Jesucristo es obra, en su totalidad, del imaginero sanroquense Luis Ortega Brú, siendo realizado entre 1950 a 1957 en los talleres Granda S.A. de Madrid.
Representa el Descendimiento de Cristo por los Santos Varones. José de Arimatea y Nicodemo, sobre sendas escaleras apoyadas en la cruz, descienden el cuerpo de Cristo (estas son imágenes todas de talla); la Virgen, San Juan y las tres Marías (estas otras imágenes son de vestir). Todo el grupo escultórico, puede encuadrarse dentro del primer período artístico de su autor, ya que presenta una tendencia conexionada a la escultura castellana, fría y seca, del Siglo XVII, marcado por la influencia de Gregorio Fernández, gustándose, además, de usar encarnaduras verdosas para sus obras.
La imagen del Cristo es de tamaño natural bien cumplido, usando una policromía transparente y suave. Es destacable el realismo de la escena, gracias a la postura relajada, cuando no desplomada, como si realmente descendiera de la cruz el cuerpo inerte. Por su parte, la Dolorosa que procesiona en el paso de misterio, Nuestra Señora de las Tristezas, es una de las pocas dolorosas creadas por el autor, ya que no gustó de prodigar este tema. Sin embargo, en esta imagen, se mostró como un genial conocedor del alma femenina, recreándose en subrayar la angustia de la Madre, al ver a su Hijo muerto, y la desolación inmensa que asoló su espíritu.
Es una imagen concebida desde un punto de vista moderno, con facciones bellas, de ojos grandes y muy rasgados, anegados en lágrimas, nariz respingona y labios de gran plasticidad. Ortega Bru representó a la Virgen en plena juventud, idealizada, pareciendo incluso más joven que su propio Hijo.
En Jerez, los Religiosos mínimos fueron fervorosos propagandistas de la devoción a la Virgen de la Soledad. La primitiva imagen mariana se encuentra, en la actualidad, en el Convento de las Mínimas de Jerez y durante la Semana Santa se la puede contemplar en la pequeña Iglesia de estas monjas. Esta primitiva imagen gozó de las mayores devociones del pueblo jerezano, siendo de autor y época desconocidos. Desde la exclaustración de la Orden Mínima, se encuentra depositada en la Capilla del Convento de Religiosas mínimas, habiendo sido esta imagen primitiva la que procesionaba en los desfiles de Semana Santa.
En la actualidad, la titular de la cofradía es una imagen de tamaño natural y de candelero. La mandó labrar, a sus expensas, el Mayordomo de la Hermandad. Era canónigo y lo primero que hizo fue ocuparse de elegir un buen imaginero para su realización. Después, por escrito, explicó que la imagen sería propiedad de la hermandad, quien la custodiaría y se cuidaría incluso de la saya y el manto. No dejó nada dicho acerca de su autor. Todo lo que sabemos del imaginero es su nombre, José Fernández Pomar, por una cédula que estaba fijada en el torso de la Dolorosa: Esta imagen la hizo el escultor José Fernández Pomar, por encargo del mayordomo José Moreno, en 1803.
Es una Dolorosa de extraordinario realismo, con profundo sentido espiritual y místico reflejados estos detalles en los ojos, que miran hacia abajo, ya que, entre sus manos, cubierto delicadamente por un pañuelo, sostiene, con una inmensa suavidad, uno de los clavos que traspasaron la piel de su Hijo. La cabeza de la Virgen hace un leve giro a la derecha. La boca está entreabierta, con un rictus de dolor suave y amargo al mismo tiempo. La nariz es clásica, recta y larga. Es conveniente contemplar a esta imagen muy de cerca e ir directamente a su mirada, de un hondo misticismo, de expresión ensimismada, y a sus manos, que son estilizadas, de dedos finos, largos, revelando una gran maestría en su composición. Todos los detalles de esta Dolorosa revelan congoja, piedad, admirable resignación, suavidad, ternura y emotiva delicadeza. Todo ello es perceptible en su forma de sujetar el clavo, con amor maternal. Es una imagen delicadísima, de gran finura, elegancia y majestad.
Se observa que, aun siendo una imagen hecha en Jerez y por un jerezano, su encuadramiento entra de lleno en el ámbito artístico granadino. A la Virgen se la ha representado como una mujer madura, con una expresión de profundo dolor en su rostro, sin idealizaciones, y una gran delicadeza en el modelado de las manos, que aparecen sujetando, con inmensa ternura, el clavo. Hacia el clavo, precisamente, dirige su mirada esta Dolorosa, pletórica de sugerencias místicas. No se advierten en ella signos letíficos, al modo como los hay –con abundancia- en las sevillanas. Hay, en cambio, una exteriorización del dolor maternal, humano, que, por sí sólo, es capaz de adentrarnos en la profunda humanidad de la Virgen, en su inmenso dolor de madre, siendo, por este motivo, muy asequible al pueblo. La madre de Dios se acerca, a través de su dolor humano, a nuestra naturaleza.